Todos los años esta puerta del plató-aula en el que imparto los cursos de interpretación y entrenamiento ante la cámara se abre a nuevos y viejos alumnos que asisten a las clases con las ganas de poner en marcha sus herramientas interpretativas. Siempre me asalta una emoción intensa: una enorme curiosidad por descubrir los nuevos lugares por los que vamos a transitar en ese viaje que se inicia generalmente en el mes de octubre. Son encuentros intensos de 8 horas, un sábado al mes. Para mi siempre está la metáfora del viaje que comienza y me vienen a la mente los recuerdos de lecturas como la Odisea en la que se habla del viaje de Ulises o el hermosísimo poema de Cavafis, «Ítaca», en el que, de algún modo, lo importante no es la llegada a la isla sino el propio viaje en sí. Y eso es lo que busco, un viaje hermoso, en el que ya el hecho de estar en él sea el fin. Después llegarán los resultados, como es lógico, pero nunca deben convertirse en el fin. Y, como todos lo años, me gusta introducir novedades, puertas nuevas por las que entrar al trabajo del actor frente a la cámara. El año pasado nos lanzamos yo y los alumnos a un búsqueda por un sendero poco transitado: los frutos fueron hermosos y descubrimos lugares en ese viaje que nunca habríamos conocido si no nos hubiéramos atrevido a jugar y a caminar por esa cuerda floja. Isabel, Merche, Itziar, Pablo, Cova, Carol, Macu, Edurne, Sagra, Delia… Todos ellos, valientes y aguerridos tripulantes, subieron conmigo a esa embarcación que cruzó el Ponto, el mar misterioso. Éste nuevo curso que se abre sigo con la misma pretensión, caminar por el sendero menos transitado: nuevos ejercicios, nuevos materiales, nuevos textos sobre los que experimentar, nuevas sensaciones… Un viaje que merece la pena hacer.