Muchas veces, en nuestro trabajo delante de la cámara, ya sea en una prueba de casting como en la grabación de una secuencia para cine o telelvisión, nos encontramos con ella, la tensión, ese fantasma que se esconde en donde menos te los esperas. Pensamos que estamos relajados, pero de pronto, vemos que la comunicación con la cámara, con el compañero, con el director… no fluye. No sabemos qué ocurre y nos ponemos todavía más tensos. Es como la pescadilla que se muerde la cola. Como digo, la tensión se agazapa en los lugares más insospechados impidiendo que se produzca la magia del fenómeno artísitico y el acto de comunicación. Se esconde en muchos lugares, a veces, los más insospechados: un parte del texto que no termina nunca de salir, una palabra que se nos resiste, una parte del cuerpo, una mano, el rostro, una acción física que no llegamos a dominar…
A lo largo de todo este tiempo, en el que combino mi trabajo de director de casting con el de formador de actores en interpretación audiovisual, me he encontrado con este enorme problema. ¿Cómo darle solución? Es tan importante, que grandes actores, con un enorme potencial, se quedan a medio gas en su trabajo por no saber controlarlo. A veces una de las causas que lo provocan es el PERFECCIONISMO: querer hacerlo muy bien, perfecto. Esto mismo, estrangula la creatividad y la capacidad de juego que existe en todo fenómeno artístico que se precie. El perfeccionismo va unido también a algo que se presenta a la hora de hacer una prueba o de trabajar en una película, serie, corto… LA ANSIEDAD por conseguir el próximo trabajo, la idea de que, de algún modo estamos expuestos y que nuestro trabajo está sujeto a la opinión de los demás: el público, el director, el director de casting de turno… De pronto, se pierde la razón por la que estamos aquí: el placer. Todos hemos visto grandísimas interpretaciones en las que lo primero que nos llegaba como público es la sensación de cómo el actor estaba disfrutando, gozando. También hemos visto a actores pasarlo «regular». Todos esto se transmite al público, ya sea sobre el escenario como en al trabajo audiovisual. Al final se produce un fenómeno curioso: el actor trata de quedarse en un territorio seguro, que controla, su «zona de confort», y se olvida de que, precisamente, lo que hace de su trabajo algo único y personal tiene que ver con la capacidad de arriesgar, de lanzarse a la piscina y de jugar. Como digo, el juego y el placer van de la mano. El exceso de responsabilidad y el perfeccionismo estrangulan esa capacidad de jugar. Apostemos por ello, tratemos de llevar a nuestro trabajo, a nuestras pruebas de casting, esa ambición de arriesgar, de jugar, de divertirnos. Hay algo que muchas veces no tenemos en cuenta cuando abordamos una prueba de casting o un trabajo: nosotros tenemos una pequeña porción de tarta sobre la que podemos tener un cierto control: la preparación que hacemos del personaje, lo que hacemos antes de ir a la prueba o durante la grabación de la secuencia, nuestro comportamiento mientras ensayamos, grabamos. Fuera de esa porción está lo que no controlamos, ni controla nadie. Es una porción de tarta muy grande. Se pone en marcha una maquinaria que se escapa a nuestro control. Nos sabemos quién verá esa prueba, o cómo se editará la secuencia, ni siquiera sabemos, muchas veces como está planteado el trabajo el día de la grabación. Por tanto, disfrutemos, jugando y arriesgando. Será la única manera de que nuestro trabajo pueda ser brillante. Asumamos la parte del trabajo que tenemos bajo nuestro control y despreocupémonos de ese otro enorme trozo de tarta que escapa a nuestra capacidad de previsión y que está sujeta a circunstancias que escapan de todo lo que podamos controlar. Solo de este modo, podremos conjurar ese fantasma imprevisible que es la tensión del actor.