Es los muchos años que llevo trabajando como director de casting y como formador de actores y actrices en interpretación ante la cámara me he encontrado en numerosas ocasiones con el eterno dilema que surge cuando enfrentamos nuestra zona de confort con nuestra parte creativa. La creatividad es un concepto que une a todos los artistas. Supone un acto en el que se da existencia a una realidad que anteriormente no existía, la obra de arte: el cuadro, la novela, la obra de teatro, la composición musical, la interpretación del actor de un personaje. Está conectada directamente con conceptos como el juego, el riesgo y el viaje por lugares desconocidos y no sujetos al control. Supone para el artista el transitar por territorios, a veces oscuros y dolorosos, otras, por el contrario, luminosos, pero siempre conectados con una sensación de placer: el placer que otorga el propio juego de la creación.
Para mí, además de estos conceptos, la creación artística tiene mucho que ver con otro concepto que a veces se olvida, LA PASIÓN. La pasión tiene mucho que ver con el acto amoroso, con el amor, que a su vez puede llegar a generar también una nueva realidad no existente hasta entonces. Cuando aparece la pasión en el trabajo del artista, éste adquiere una serie de características que le llevan a una comunicación mucho más eficaz con el otro, con el espectador, con el receptor de la obra de arte. Y en todo trabajo artístico siempre existe como último deseo del artista que la obra de arte se convierta en la expresión de un acto de comunicación con el otro.
La pasión como sentimiento genera una energía que mueve todo lo que merece la pena en este mundo, hace que nuestro trabajo como artistas llegue a cotas mucho más altas. Pero para que la pasión pueda prender la llamar es necesario el riesgo. Muchas veces me he encontrado con actores y actrices en las pruebas y en los entrenamientos que abordan su interpretación de un modo correcto, pero sin arriesgar, sin dejarse llevar por la pasión. Son abordajes que se mueven en la zona de confort y como tales, se alejan del placer y del juego. Y es curioso, porque no hay energía más contagiosa que la de un actor trabajando con placer. Este placer se transmite directamente al espectador. Al fin y al cabo los trabajos de actores y actrices que admiramos son aquellos en los que tenemos la sensación de que están caminando por una especie de cuerda floja. Parece que van a caer al vacío, pero no es así porque al final terminan remontando el vuelo. Y en ese viaje sienten, como lo hacen los niños, el placer de arriesgar y de jugar.
Lo dicho anteriormente, no quiere decir que sea conveniente olvidarse de que una prueba de cámara, al fin y al cabo, es un medio para conseguir un trabajo. Lógicamente, a esto se le unen los nervios, la tensión de hacerlo lo mejor posible. Pero, creo, que esto no es incompatible con ver la sala de casting como un lugar que ofrece una oportunidad para disfrutar también. Al fin y al cabo, una vez hecha la prueba, ésta se escapa completamente de nuestro control y se ve inmersa en una espiral de la que desconocemos mucha variables que van a intervenir. Por tanto, qué mejor que, de entrada, al acabar nuestro trabajo nos quede la sensación de haber disfrutado arriesgando.
Como concepto que modula todo lo dicho, está, por supuesto, algo que nunca podemos olvidar, EL SENTIDO COMÚN. Parecen incompatibles el sentido común y el juego arriesgado pero, realmente, no lo son. El sentido común nos permite leer de una manera objetiva y eficaz la realidad que rodea al entorno de un prueba de cámara: nos ayuda a elegir correctamente el tipo de ropa que llevaremos a la prueba, los objetos que utilizaremos, nuestra forma de comportarnos, de escuchar… Pero siempre desde un punto de vista abierto, creativo y coherente que respete lo verosímil del personaje, de texto y de la secuencia. Y ese entorno debería estar siempre el placer y las ganas de jugar. No olvidemos nunca que actuar es jugar y que en el trabajo del actor ante la cámara siempre tiene que estar presente la música de jazz.